Mi abuela -que no era tuerta- me decía:
"Las mujeres cuestan demasiado trabajo o no valen la pena. ¡Puebla tu sueño
con las que te gusten y serán tuyas mientras descansas!
"No te limpies los dientes, por lo menos, con los sexos usados. Rehúye,
dentro de lo posible, las enfermedades venéreas, pero si alguna vez necesitas
optar entre un premio a la virtud y la sífilis, no trepides un solo instante:
¡El mercurio es mucho menos pesado que la abstinencia!
"Cuando unas nalgas te sonrían, no se lo confíes ni a los gatos. Recuerda que
nunca encontrarás un sitio mejor donde meter la lengua que tu propio bolsillo, y
que vale más un sexo en la mano que cien volando"
Pero a mi abuela le gustaba contradecirse, y después de pedirme que le buscara
los anteojos que tenía sobre la frente, agregaba con voz de daguerrotipo:
"La vida -te lo digo por experiencia- es un largo embrutecimiento. Ya ves en
el estado y en el estilo en que se encuentra tu pobre abuela. ¡Si no fuese por
la esperanza de ver un poco mejor después de muerta!...
La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas. Poco a poco
nos aprisiona la sintaxis, el diccionario, y aunque los mosquitos vuelen tocando
la corneta, carecemos del coraje de llamarlos arcángeles. Cuando una tía nos
lleva de visita, saludamos a todo el mundo, pero tenemos vergüenza de
estrecharle la mano al señor gato, y más tarde, al sentir deseos de viajar,
tomamos un boleto en una agencia de vapores, en vez de metamorfosear una silla
en un transatlántico.
Por eso -aunque me creas completamente chocha- nunca me cansaré de repetirte
que no debes renunciar ni a tu derecho de renunciar. El dolor de muelas, las
estadísticas municipales, la utilización del aserrín, de la viruta y otros
desperdicios, pueden proporcionarnos una satisfacción insospechada. Abre los
brazos y no te niegues al clarinete, ni a las faltas de ortografía.
Confecciónate una nueva virginidad cada cinco minutos y escucha estos consejos
como si te los diera una moldura, pues aunque la experiencia sea una enfermedad
que ofrece tan poco peligro de contagio, no debes exponerte a que te influencie
ni tan siquiera tu propia sombra.
¡La imitación ha prostituido hasta a los alfileres de corbata!"
Oliverio G.